¡Maltratarse no es el camino!
Segundo artículo de la serie “El arte de la autocompasión como estilo de vida
“El maltrato a sí mismo es el resultado de estados mentales insanos que gestiona la persona. Por lo regular, el ser humano se maltrata sin compasión cuando no alcanza los ideales, y reacciona con tanta dureza que la realidad se distorsiona igual, pero en la dirección opuesta. Cuando se conoce la compasión hacia sí mismo como alternativa al maltrato, resulta sencillo dejar de juzgar las disfunciones del propio ego. Es primordial dejar de condenarse por esos patrones de conducta totalmente inútiles. Se ha de reconocer también que estos impulsos al maltrato personal son universales entre el común de los humanos. Pero el camino correcto consiste en aceptar los propios límites con honestidad porque forman parte de la herencia humana, de su finitud creatural.
Con frecuencia la familia en lugar de proporcionar cariño y apoyo fomenta la crítica como modo de control. Los padres recurren a las críticas duras como método para mantener a sus hijos al margen de los problemas: “No hagas tonterías, te atropellará un carro” o para mejorar su comportamiento: “Nunca llegarás a la universidad si sigues sacando unas notas tan malas”. Y los niños ven las críticas como una herramienta motivadora útil y necesaria. Los hijos que crecen con padres muy críticos son mucho más propensos a ser críticos consigo mismos cuando alcanzan la adultez.
Las personas interiorizamos profundamente las críticas de los padres, los comentarios despreciativos continuos que escucha en su cabeza suelen ser el reflejo de las voces de sus progenitores. Las personas con unos padres muy críticos aprenden que son tan malos y tan imperfectos que no tienen derecho a ser aceptados tal como son. Este comportamiento provoca miedo y desconfianza en los niños. Los niños que sufren maltrato verbal se autoprotegen. Estos niños llegan a la falsa conclusión de que la autocrítica destructiva les evitará cometer errores en el futuro.
Es imposible poder controlar todas las variables que se conjugan en la cotidianidad de la vida. Irónicamente, nuestro deseo de ser superiores se alimenta de la autocrítica. El concepto que tenemos de nosotros mismos tiene muchas caras y nos identificamos con diferentes aspectos de nosotros en distintos momentos. Cuando nos juzgamos y nos atacamos, adoptamos el rol del que critica y el que es criticado. Nos decimos: Sí, he tratado muy mal a esa persona, no tengo perdón, pero soy tan justo que ahora me castigaré a mí mismo sin piedad”. La ira nos aporta una sensación de fuerza y de poder, y así cuando nos enojamos con nosotros mismos por nuestros fallos tenemos la oportunidad de sentirnos superiores a esos aspectos nuestros que juzgamos.
Las personas que practican la autocríticas demoledora casi siempre proceden de un entorno familiar poco compasivo, tienen tendencia a no confiar en los demás y creen que los que se preocupan por ellos intentarán hacerles daño tarde o temprano.
La autocrítica demoledora es una manera compleja y extraña de cuidarse, un intento de mantenerse a salvo y en el buen camino. Al igual que el odio no puede vencer al odio, solo lo refuerza, maltratarse a sí mismo no puede acabar con la autocrítica. La mejor manera de contrarrestar la crítica destructiva hacia sí mismo consiste en entenderla, sentir compasión por ella y finalmente sustituirla por una respuesta más amable. La vieja costumbre de criticarte a ti mismo no tiene por qué gobernarte para siempre. Se recomienda escuchar la voz que ya está ahí, aunque sea un poco escondida: tu yo sabio y compasivo.
José Pastor Ramírez
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