Homilía 75 años de la presencia salesiana en PR

Homilía 75 años de la presencia salesiana en PR

Saludos

“Dios no habita en la grandeza de lo que hacemos, sino en la pequeñez de los pobres que encontramos”.

Excelencia Reverendísima: Mons. Luis Miranda Rivera, obispo de Fajardo-Humacao; Mons. Rubén González Medina, obispo de Ponce; Mons. Alberto Figueroa Morales, obispo Auxiliar de San Juan; Mons. Eusebio Ramos Morales, obispo de Caguas; Mons. Álvaro Corrada del Río, administrador Apostólico de la diócesis de Arecibo; Distinguidos sacerdotes acompañantes de los obispos. Miembros de la Familia Salesiana, amigos de los salesianos, feligresía de esta parroquia, salesianos, P. Ely Alberto Peña, director de esta obra salesiana:

Los salesianos nos sentimos muy honrados al contar con su presencia en esta celebración eucarística en ocasión de celebrarse los setenta y cinco años de presencia salesiana en Puerto Rico.

Permítanme compartirles una reflexión contenida en ocho breves aspectos. 

  1. Invitación inicial: Vivir en modo agradecido

Esta celebración eucarística quiere ser un agradecimiento a Dios, a María Auxiliadora y a Don Bosco por su asistencia y acompañamiento en la tarea de hacer puertorriqueño el carisma salesiano; un carisma pascual donde se transpira la alegría, el gozo, la acogida y el regalo del otro. 

Además, esta eucarística es un acto de reconocimiento: a la Iglesia y a los obispos, quienes nos han acogido como pastores; a los laicos, quienes nos han regalado, su amistad y apoyo afectivo y efectivo; a la Familia Salesiana, que en estos años se ha mantenido firme en su misión respondiendo a lo específico de cada grupo; y a los salesianos, quienes han soñado en grande generando frutos de altísima calidad como son las vocaciones salesianas y para la Iglesia. Porque en estos años han aportado sus mejores fuerzas, ilusiones y esperanzas para que el carisma salesiano creciera y se inculturara en Puerto Rico. 

Los salesianos hemos decidido vivir de manera agradecida, porque el amor de Dios se nos ha manifestado de múltiples maneras. Hoy me inclino con reverencia, reconocimiento y orgullo ante tantos salesianos y laicos que en estos años han enarbolado la bandera del carisma salesiano sirviendo a la Iglesia puertorriqueña y a los jóvenes. Misioneros que han sabido dejar, patria, amigos y familiares para hacer de las personas de esta bella isla: su patria, su familia y sus amigos. 

  1. Reconocer los propios límites, pedir perdón

Hoy también pedimos perdón por los equívocos cometidos, por el mal causado y por el bien que pudimos cuadruplicar y nuestra condición humana solo nos permitió multiplicar. 

Hemos de reconocer que algunas veces hemos vivido cautivos de una red invisible de barreras y prejuicios, tan profundamente interiorizados e institucionalizados, que han afectado nuestro accionar pastoral y nos ha costado advertir su origen y motivos. En estos años nos hemos sentido libres, y realmente lo somos. Sin embargo, algunas veces los prejuicios nos dictan a quién amar y a quién rechazar, a quién acoger y a quién evitar. Todo ello, como es natural, nos ha dificultado ver la vida como muy buena y al mundo con mayor amor y simpatía. Reconozco que tales comportamientos exigen de nuestra conversión, de un buen baño de humildad y de respeto al diverso y a quien no la piensa como yo. 

  1. Sólo es grande en la vida quien sabe ser pequeño.

Para entrar en el Reino de los cielos, nos ha dicho el texto del evangelio proclamado, que hace falta un criterio, un pasaporte para tener acceso a este: ser pequeño, tener la mentalidad de principiante y de iniciado. Son estos los comportamientos que han de distinguir a un hijo de Dios, a un buen cristiano y a un honrado ciudadano. Hay una canción que dice: “¿Qué tendrá lo pequeño, que a Dios tanto le agrada?”. Una letra y una música llenas de sensibilidad, de ternura, de espiritualidad y de realismo. Cristo nos enseña en este Evangelio que ser pequeño significa volver a ser niño. Implica un cambio, recuperar cada día aquel tesoro que se ha ido desgastando con los años. Nos recuerda el Papa Francisco que: “Dios no habita en la grandeza de lo que hacemos, sino en la pequeñez de los pobres que encontramos”

Un niño tiene las manos pequeñas. Todo le queda grande, todo le sobrepasa, en todas las sillas sus pies quedan colgando. Pero es feliz, aunque no tenga el control de todo. Más aún: su felicidad consiste en que no quiere controlarlo todo. El niño vive para recibir, para descubrir, para sorprenderse. La grandeza de un niño no está en su poder sobre las cosas o sobre las personas; más bien, él es libre de este deseo de gobernar su mundo. Y así como él encuentra su seguridad en papá y mamá, cada uno de nosotros cuenta con un Padre maravilloso, quien de verdad lo gobierna todo para nuestro bien. Cuando sentimos que nuestras manos son pequeñas, que no podemos agarrarlo todo y dirigir las circunstancias de la vida… ésta es la oportunidad para ser niños de nuevo, poniendo nuestra confianza en Dios. Los niños encantan a los adultos por su inocencia, por su transparencia, por su humildad y por reconocer con sus múltiples preguntas que desconocen muchas cosas. No tienen reparo en reconocerse ignorantes, pero con el pasar de los años, paulatinamente, van participando de la sabiduría. En definitiva, “Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; mas donde hay humildad, habrá sabiduría”.

  1. ¡Qué bueno que no somos perfectos!

Un niño está apenas entrando al mundo. Le falta experiencia. Cada día aprende algo nuevo. Y si cae al dar los primeros pasos, pronto su cuidador lo levanta para que siga aprendiendo a caminar. Esto también es ser pequeño. El niño también comete errores, porque los seres humanos no somos perfectos ni lo sabemos todo. ¡Cuántas veces cometemos errores, nos caemos, o nos perdemos! Pero esta realidad no es un motivo para desanimarnos. Todo lo contrario: saber que nos hemos extraviado nos abre las puertas para descubrir que Dios nos busca. Cuando admitimos la caída, con la sencillez de un niño, podemos alegrarnos con mayor gratitud hacia Dios que nos levanta. Al reconocer los propios límites, nos damos cuenta que tenemos un Padre de Amor y de misericordia infinita. ¡Qué bueno que no somos perfectos!

En cuántas instituciones se viven comportamientos que contrastan con la del niño, del principiante, del que quiere aprender cada día, del humilde. Sino que, por el contrario, se da una lucha despiadada en las personas por subir de rango en su trabajo. Se pisa y se hunde al otro con tal de ser el mejor y estar por encima de los demás. Llevamos a la práctica la frase maquiavélica de “el fin justifica los medios“. Si hay que ridiculizar, criticar o humillar a nuestro contrincante, lo hacemos. Si hay que practicar el moobing, es decir, el trato hostil del compañero de trabajo, de misión y de comunidad. 

También a los discípulos de Jesús les surgían estos aires de posesión, de trato hostil que tiene todo hombre; por eso le preguntan a Cristo ¿quién será el primero en el reino de los cielos? Sin embargo, Jesús les saca de dudas respondiéndoles: quien sea como un niño. Respuesta un poco desconcertante porque todos eran ya mayores de edad, y como que eso de volver a las cosas de niño no se vería muy bien en ellos. Obviamente, Jesús se refería a ser como niños en el espíritu, porque si alguien nos da ejemplo de inocencia, sencillez, pureza, sinceridad y cariño son precisamente los niños. En ellos no se da la doblez, la morbosidad, la envidia que desgraciadamente florece en algunas personas mayores. Los niños conquistan a todo el mundo, esencialmente, por su espontaneidad e ingenuidad que nacen de su sencillez.

  1. Una Iglesia más pequeña, pero más auténtica

Pienso que el presente y el futuro de la Iglesia y de la vida religiosa está en esta actitud de niño, la cual se distingue por la humildad. En la Iglesia tenemos, gracias a Dios, un profeta que no se cansa de decírnoslo, el Papa Francisco. Él en su visita a Malta, el pasado 14 de abril del presente año, estando con los jesuitas citó al Papa Benedicto XVI y les dijo: “El papa Benedicto fue un profeta de esta Iglesia del futuro, una Iglesia que se hará más pequeña, perderá muchos privilegios, será más humilde y auténtica, y encontrará energía para lo esencial. El Papa Francisco continuó afirmando “será una Iglesia más espiritual, más pobre y menos política: una Iglesia de los pequeños”. 

Habló también de las vocaciones son pocas y también dijo con mucha libertad: “que la vocación de la Iglesia no son los números sino evangelizar“. “El verdadero problema no es que seamos pocos, en definitiva, sino que la Iglesia evangelice. Aquí está la clave de todo”. Pienso que esta es una materia pendiente de la Iglesia en Latinoamérica, el Caribe, y porque no, en Puerto Rico. Hemos caído estrepitosamente, al menos así lo percibo en las comunidades salesianas que recorro en ocasión de la visita canónica. Tenemos mucho por hacer, el tiempo es oportuno, los salesianos estamos siempre listos y el Señor está de nuestra parte. Entonces, ¡Manos a la obra!

  1. La evangelización como tarea

Las celebraciones de estos setenta y cinco años nos están retando a tomar conciencia de que hemos de fortalecer la evangelización y la catequesis, la formación bíblica y la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia. Hay que efectuar una reingeniería pastoral en las casas salesianas. Reconozco que los eventos naturales, económicos y políticos han generado una estampida migratoria descomunal. Tales eventualidades verificadas, en esta querida isla, nos han dado muy duro, pero hay que salir de la crisis apoyados en la alta capacidad resiliente del boricua, promoviendo nuevos proyectos, con nuevas actitudes y estando más cerca de las personas. Al menos este fue el reto que les plantee, a las comunidades, en mi última visita canónica a las Casas de aquí. Hemos de estar dispuestos a reestructurar, a relanzar, rejuvenecer la misión salesiana en la tierra del Coquí a través de nuevos métodos, nuevas formas y nuevas convicciones.  

  1. Educadores al estilo del Buen Pastor

San Francisco de Sales, en la celebración de los cuatrocientos años de su muerte, está retando a la Familia Salesiana de Don Bosco a reforzar la vida interior, a ser laicos y consagrados espirituales, que viven más dentro para servir mejor fuera; educadores que se distinguen por la amabilidad, la cortesía, la misericordia, la compasión. Que sepamos ver en el otro a mi familia. 

Ezequiel 34 nos ha indicado cuáles son los comportamientos del buen pastor que hemos de vivir en la misión salesiana para imitar a San Francisco de Sales: Buscar a las ovejas dispersas y a las perdidas; sacarlas de los lugares amenazantes; apacentar y hacer descansar; curar a las heridas y a las enfermas. Es decir, poner al centro el cuidado de las ovejas, sobre todo, las más débiles.  

  1. Un carisma pascual

San Pablo en la carta a los Filipenses nos ha exhortado: “Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres”. Estar alegres es una forma de vivir en modo Pascual, de dar gracias a Dios por los innumerables dones que nos hace; la alegría es “el primer tributo que le debemos, la manera más sencilla y sincera de demostrar que tenemos conciencia de los dones, de la naturaleza y de la gracia y que los agradecemos”. Nuestro Padre Dios está contento con nosotros cuando nos ve felices y alegres, con el gozo y la dicha verdaderos. El Señor a través de Pablo nos está pidiendo: vivan y siéntanse orgullosos del carisma pascual que han heredado, el carisma salesiano.

Diariamente, rezo para que el Espíritu Santo nos ilumine, y logremos desterrar de nosotros esos comportamientos que desdicen del buen pastor que estamos llamados a ser: el irrespeto y la rigidez, la rivalidad y la envidia. 

Rezo para que sigamos viviendo el carisma salesiano en modo resucitado, devolviendo: bien por mal, perdón por heridas, amor por odio, luz por oscuridad, sencillez contra contorsión, sinceridad contra hipocresía, fraternidad en lugar de individualismo, esperanza por desilusión y vacío, austeridad y compartir en vez de derroche y egoísmo, denuncia y compromiso contra conformismo o indiferencia 

Por eso nosotros, quienes hemos enterado de la Victoria de Jesús en la mañana de Pascua, escucharemos, aprenderemos, meditaremos, y haremos vida nuestra, cada Palabra y cada gesto de Jesús. Y exclamaremos “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.

Impulsados por el resucitado hemos decidido: orar juntos, discernir juntos, orar unos por otros; seguiremos compartiendo la eucaristía como indicador de que “somos de Jesús”, y lo haremos en memoria suya. 

Dejaremos de creer que lo más importante es “lo mío”, para aprender a pensar, a sentir y a hacer de cada día “lo nuestro”. 

Dejar de estar tan pendientes de la imagen, de la opinión de los demás, de caer bien, de quedar bien, de amoldarnos a la mayoría… para ocuparnos más del “jardín interior”, con la intención de reflejar el rostro de Jesús que habita en nosotros.

No nos dará vergüenza pedir perdón, ni celebrarlo juntos, ni pensaremos jamás que no tenemos remedio, o que todo está perdido.

La alegría nos ayudará a vivir en modo pascual, a ser y a presentarnos como pequeños, a vivir el valor de la humildad, a vivir las características del buen pastor, a vivir en modo agradecimiento. 

¡Feliz Pascua de Resurrección!

P. José Pastor Ramírez

Inspector

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