Por: José Pastor Ramirez, SDB
El deseo de conseguir una autoestima alta a corto plazo podría ser perjudicial para el desarrollo a largo plazo. Por otra parte, la autoestima surge no solo de nuestros propios juicios, sino también de los juicios percibidos de los demás. Y regularmente tendemos a dar más valor a lo que dicen los demás que a la propia opinión. El gran vacío de este razonamiento es que el hilo del que cuelga nuestra autoestima es extremadamente fino; porque depende del capricho ajeno. La propia valía, no puede depender exclusivamente, de la apreciación del otro. Mahatma Gandhi decía al respecto, que “nadie puede hacerte daño sin tu permiso”.
Puede acontecer también que la autoestima alta no tenga nada que ver con ser mejor persona, sino con pensar que se es mejor persona. Entonces, el precio que hay que pagar por la felicidad momentánea, que aporta la autoestima alta, puede ser muy costoso. Es hora de que abandonemos la tóxica idea de que tenemos que pensar siempre bien de nosotros mismos para ser personas: maduras, exitosas, funcionales y, mentalmente, sanas. Se ha de ser objetivo, e identificar los aspectos menos luminosos de la propia personalidad para trabajarlos.
La autocompasión respeta el hecho, de que todos los seres humanos, poseemos aspectos fuertes y débiles. La compasión ayuda a entender que los éxitos y los fracasos vienen y van, no nos definen ni determinan nuestra valía. Nos enseña que el verdadero mérito, radica en la experiencia fundamental de ser una persona consciente, que siente y percibe. A diferencia de la autoestima, los buenos sentimientos de la compasión hacia uno mismo no dependen de ser especial y superior, o de alcanzar los propios ideales. Estos sentimientos proceden de preocuparnos por nosotros mismos. Así como somos: frágiles e imperfectos, pero también magníficos. La autocompasión interviene cuando la autoestima nos falla, cada vez que fracasamos o que nos sentimos inadaptados. San Pablo, en el capítulo 4 de su carta a los Filipenses, se constituye en un modelo a seguir cuando dice: “Sé pasar privaciones y vivir en la abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo momento: a estar satisfecho o hambriento, en la abundancia o en la escasez”. Él se siente muy libre de aceptar las buenas cosas, cuando se presentan y de no echarlas de menos, cuando les faltan.
Se ha de clarificar que la autocompasión y la autoestima no están peleadas, van de la mano. Si eres una persona que tiene autocompasión, posiblemente exhibirás una autoestima más alta que si te criticas constantemente. La compasión hacia uno mismo ofrece ventajas claras sobre la autoestima; ya sea cuando las cosas no van como queremos o cuando nuestro ego se ve amenazado. La persona compasiva tiende a usar menos la primera persona del singular, “yo”, y mucho más la primera del plural, “nosotros”. Las personas autocompasivas, aceptan mejor quiénes son, sin depender de las alabanzas que reciban de los demás. La autoestima, por otro lado, solo florece cuando las observaciones son positivas; y, además, pueden inducir a tácticas evasivas y contraproducentes al enfrentarse a verdades desagradables sobre sí mismo. En definitiva, poseen una baja tolerancia a la frustración. La autocompasión no depende tanto como la autoestima de resultados concretos como: la aprobación social, el éxito o el atractivo personal. En tal sentido, asevera la psicóloga Kristin Neff que “frente a la autoestima, deberíamos trabajar la autocompasión. Significa tratarse con el mismo grado de amabilidad, cuidado, compasión, como trataríamos a aquellos que nos importan: dígase tus buenos amigos y la gente a la que amas”. Es decir, ser misericordiosos.
Ordinariamente, las personas que basan su propia valía en sentirse superiores e infalibles, tienden a enojarse y a asumir una actitud defensiva, cuando su posición o punto de vista se ve amenazado. En cambio, las personas que aceptan compasivamente su imperfección no necesitan entrar en esos juegos o conductas insanas para proteger su ego. La autocompasión se asocia con: una mayor capacidad de recuperación emocional, auto conceptos más precisos, comportamientos más solidarios, así como, menor narcisismo y menor ira reactiva. Tuvo mucha razón el Maestro de Nazaret cuando dijo “sean compasivos, así como su Padre es compasivo”.
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